¡Morite y andate!




La mujer sentada en el lugar para embarazadas parece haber quedado atrapada en una escena crucial de su vida. Junto a unos veinte pasajeros amontonados en el noventa y tres que va hacia Munro la escuchamos en silencio. Habla como si estuviera sola frente a alguien que no desciframos quién pudo haber sido. Aunque las opciones son obvias. Por la intensidad con la que discute hacia la nada, y eventualmente con alguno de nosotros, se puede intuir la magnitud de esa noche, o de esa madrugada, o de ese día.

- Por mí no te hagas problema, ¿sabés las veces que estuve muerta yo? ¿Tenés idea de cuantas veces me morí y al final no me pasó nada? A vos no te vendría mal morirte una vez por lo menos... Haceme caso y andate... Si te querés ir, andate... Morite y andate... Pero te pido por favor que no me... Que no me... - Entre párrafos come gomitas y mira por la ventana en silencio como si nada. Mientras bordeamos el patio trasero de la Casa Rosada en un semi círculo furioso, ella se distrae con el helicóptero a punto de despegar y nosotros aprovechamos para reacomodarnos en nuestros centímetros cuadrados y pensar en lo que no se está diciendo. En imaginar las respuestas que suponen sus silencios. Al ver a un hombre de unos setenta años subir en la primera parada de Leandro Alem, la mujer le clava la mirada en la panza y, con el impulso de las hélices, vuelve a arremeter - ¿Pero quién carajo te creés que sos? ¿De dónde saliste vos, me querés explicar? Y bueno… Si te querés ir, andate. ¿Me escuchás? ¿Me estás escuchando? Morite y andate. Pero te pido por favor que no me... Que no me... - Hace una pausa y se mete tres gomitas como intentando contenerse la bronca y cortar con la mala onda. Pero la atónita presencia del tipo atrae su mirada y, con la boca llena de colores, vuelve a la carga - ¿Qué me mirás así? ¿Estás perdido? ¡Que alguien le facilite un planisferio al buen hombre, por favor! ¿No entendés que te estoy pidiendo que te mueras y te vayas? ¿Tan difícil es? - Con algunos gestos humanos le damos a entender al tipo que la cosa no es con él. - Muerta estuve... ¿Te parece a vos que me merezco estar pasando por esto de nuevo? - Mantenemos un silencio llamativo para ser las once de la mañana de un jueves de Febrero. Economizamos los timbrazos reduciéndolos a simples toques para no interrumpir lo que tiene para decirnos. Somos todo oídos apuntando hacia ella. Una camaradería de ciudadanos dispuestos a recibir el impacto con tal de conocer el final de una historia. Es ella contra todos nosotros. Nos mira. Elige con quién seguir mientras tragamos saliva. Pareciéramos estar en una cabina hermética flotando en el espacio, pero en realidad estamos pasando frente al hotel Sheraton de Retiro. Por una de las ventanas veo a un señor en bata de baño tomando un café en el quinto piso mirando hacia la Plaza San Martin. ¿Se imaginará que acá abajo estamos en medio de una discusión a muerte entre desconocidos? Ahora la mujer me mira con aire familiar, me estudia, me tantea, come y traga gomitas sin sacarme la mirada. Parece tener algo más para decir. Con Ashes to Ashes de David Bowie pausado a la mitad desde México, decido sacarme los auriculares y bancarle la mirada. Darle la palabra, o los gritos, lo que ella prefiera. Mi expresión ahora es la que supongo tendría su interlocutor aquella noche, o aquella madrugada, o aquel día. El resto de los espectadores mira el cruce con entusiasmo. Total, a ellos no les toca. La mujer saca una última gomita azul del paquete y comienza a saborearla, no a masticarla como al resto. Sabe cómo manejar el suspenso. Tan perdida no está, pienso. Cuando parece que todo se está por diluir, toma una bocanada de nuestro aire, termina de hacer foco en mí, y continúa - No me vengas de nuevo con eso, amor de mi vida… Estamos hablando de otra cosa, nene… Esto es cosa seria, hijo. Crecé, madurá. Hacete hombre, carajo… Pero por eso te lo estoy diciendo papito: Dejá de amagar y andate. Morite y andate. Haceme caso y morite. Y andate. Pero por favor te pido que no me… Que no me… - Ahora entiendo al tipo de la panza. Algunos pasajeros me hacen gestos sutiles como dándome a entender que la cosa no es conmigo. Pero es demasiado tarde: La cosa sí es conmigo, pienso. Ella, ya sin sus golosinas, agacha la cabeza y mientras busca algo en su cartera, intenta desentenderse de mí. Pero ya estoy arriba, me pasé dos paradas y no sé ni a dónde estoy yendo. Por eso decido contestar y atravesar el atasco. - ¿Que no te qué...? - Pero más que una respuesta sonó como un balbuceo débil. Claro, me doy cuenta de que no hablé en todo el día, y que esas fueron mis primeras palabras: “Que no te qué”. A pesar de los nervios, lo intento de nuevo. - Contestame, ¿que por favor no te qué…? - Al escucharme, sentí la desaprobación de mi irreverencia, de mi transgresión como espectador, de mi falta de respeto con alguien atrapado en el pasado. Temo haberme equivocado. Incluso siento el repudio silencioso de la platea ambulante. Pero la mujer al escuchar finalmente una respuesta, cambió su mirada como quien cambia de nombre y apellido. Cruzó los brazos. Nos regaló una sonrisa de presentación y con el torpe andar del 93 se fue transformando lentamente en una más de nosotros: Simples pasajeros que nada tenemos que ver con aquella noche, o aquella madrugada, o aquel día.

Sobre Bondis - 93

Comentarios