¿Lo dije o lo pensé?



Mientras ella impacta gotas de lluvia con la mano afuera de la ventana, él se pregunta si dijo o pensó algo que ni siquiera sabe exactamente qué es. Lo carcome una de esas dudas que de ser ciertas podría dejarlo sin dormir por varias noches.

Así vuelven, cada uno en su mundo, separados por tres asientos vacíos, sentados en la última fila del cientocincuentaydos que se desliza como un fantasma gigante por la desierta y húmeda avenida Santa Fe.
¿Lo dije o lo pensé? - Repite él en su cabeza. Su duda es auténtica, válida, pero tan incisiva que lo amenaza con transformarse en algo insoportable. Es que no está seguro de haber dicho o pensado algo que cree que podría complicarlo, eso es todo. - ¿Pero complicarlo ante quién? ¿Ante ella o ante los viejos? - Tampoco sabe eso. Si lo pensó, como supone, se las va a arreglar. Pero si lo dijo, le depara el humo en el balcón el resto de la semana.
En cambio ella decide gastar su tiempo en cuestionar cosas de la ciudad, como por ejemplo: ¿Cómo es posible que los encargados de los edificios sigan manguereando las veredas las madrugadas de tormenta? - Normalmente ya estaría entregada a su indignación, pero esta vez se siente particularmente cansada para hacerse caso. Tan pasada de rosca que incluso le devuelve amistosamente el saludo a un encargado con su manguera.
¿Lo dije o lo pensé? - Insiste él con la mirada perdida en el asfalto en movimiento. A juzgar por su sensación, lo dijo. Pero si apela piadosamente a su conducta habitual, llega a la conclusión de que sólo lo habría pensado. Eso parece tranquilizarlo: Su conducta habitual. Mientras dure la onda verde, se promete no volver sobre el tema. Pero se pasó volando. Iluminado por el invasivo rojo del semáforo de Salguero se ve obligado a retomar y resolver de una vez. - ¿¡Lo dije o lo pensé!? - Lanzó impaciente hacia la enturbiada y vaporosa cabina del colectivo matando un silencio que venía vivo desde la avenida 9 de julio. Al escucharlo, algunos pasajeros ya resacosos se dieron vuelta, mientras el resto sigue contemplando por las ventanas lo que queda de la noche. La mirada del chofer, que lo sacudió después de atravesar el laberinto de espejos, le hace sentir el calor propio de la mirada ajena. Esta vez sí se dio cuenta de haber hablado. - Esto lo acabás de decir. Lo otro no sé. - Le contesta ella desde su asiento - ¿Qué pensaste, me contás? - Indaga curiosa. Pero él, lejos de compartir respuesta, se limita a mirarla con la mente en blanco. No se va a arriesgar de nuevo a pensar tan libremente.
Se miran sin pestañear como de costumbre hasta Plaza Italia. Él intenta ganarle por primera vez, pero ahí aparece nuevamente: el gesto en su boca. Ese gesto de ella pidiendo a gritos ser visto, esa muequita que lo hace hablar y pensar de más sin su consentimiento. - Pestañeaste, perdiste! - Festeja ella sobradora. Al ver el humo empezar a salir desde adentro de él, cierra su ventana y se acerca sobrevolando con estilo y urgencia los asientos que los separan. Con su mano empapada termina de despeinarlo sacudiendo su cabeza lentamente con un cariño violento, como intentando liberar esas voces que lo suelen dejar callado.
Ahora comparten el mismo mundo. Ven la misma vereda, los mismos perros y las mismas vidrieras. Ella se apoya sobre su hombro y bosteza. Bosteza tan profundamente que su imagen viaja por los espejos hasta llegar al chofer contagiándolo inmediatamente.
En Juan B Justo un perro sin dueño ve al chofer bostezar a lo loco en un semáforo. Pero el perro no bosteza.
Sobre bondis - 152

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